Mañana cumplo cincuenta años y no sé cómo ha pasado…
Puede sonar a
tópico de andar por casa o al título de una canción de la época de la Movida, pero así lo siento. Hace un
instante que pasaba una hora de nervios en el atasco de los viernes, a las tres
de la tarde, sufriendo por si no llegaba a tiempo de recoger a Laura, mi hija
pequeña, la que ya tiene dieciocho años y está en la universidad buscando un
futuro propio. Aún recuerdo el olor del césped del parque del
barrio y hasta mastico el polvo del arenero, allí, sentado en un banco mientras
la niña hacía cumbre en todos los columpios al grito de: ¡papi!, ¡mira lo que
hago!
Era un “saco”
de nervios, llena de energía y ganas de vivir, no es posible para ella pasar
desapercibida, su presencia es intensa, su aura brilla por donde va, una
actitud que aún mantiene y cada día pido a las estrellas que conserve toda su
vida. Si lo consigue, más que una vida, lo suyo será toda una aventura. No solo
es persistente y responsable, también es dulce y cariñosa, siempre pendiente de
todo y de todos, es de ese tipo de personas, ya casi en extinción, que hace que
las cosas sucedan.
Recuerdo, como
si de ayer se tratara, esos días de fútbol infantil con Iván, mi hijo mayor.
Sobre todo, ese periodo en el que era el mejor portero del mundo, al menos para
mí lo era. Aún puedo ver como se lanzaba sin pensarlo a por balones imposibles,
en terrenos embarrados, buscando la pelota como si la vida dependiera de ello. En
ese momento era un niño feliz, seguro de sí mismo, centrado en un único
objetivo por un rato. Luego llegaba el día a día, la falta de adaptación al
colegio, las inseguridades que siempre le han perseguido y que le impiden ver
que lo único que le separa de una vida plena es hacer lo que hay que hacer,
como en aquellos partidos, sin pensar en nada más. Es el problema de tener una
mente maravillosa, es como un arma; mal utilizada no trae más que conflictos
internos. El día que logre dar el paso nada podrá frenarle. Espero que no
tarde, como su padre, cincuenta años en darse cuenta.
Poco tiempo me
parece que ha pasado de los viajes a Disney, no tengo claro quien disfrutó más,
creo que es un sitio construido para los cincuentones que nos pasábamos la
tarde viendo a Mickey, Donald y Pluto. Esos dibujos con música clásica de fondo
que nos transportaban a un mundo de fantasía. Nos encantaban ya que nuestra
infancia puede que fuera demasiado real.
Miro más atrás
y me veo pequeño, muy feliz, corriendo sin parar, jugando al fútbol y a mil
cosas, metido en peleas de piedras con los chavales de otro barrio, haciendo
cabañas de cartón. Corriendo delante o detrás de los gitanos de mi barrio,
según el día. Veo a mi madre haciendo la comida en una cocina grande y
luminosa, canturreando una canción mientras batía huevos a la velocidad del
sonido, recuerdo a mi abuela Amalia, recitando dichos tradicionales, cantando coplas
picantonas de otras épocas y refranes, tenía uno para cada cosa de la vida.
Veo a mi
hermano mayor probándose pantalones de campana para ir de fiesta y bailando en
el salón la música de Pink Floyd, a la manera de esa época; completamente
ridícula, con sus aires de estiradillo, también a mi otro hermano, siempre más cercano
y bruto, deseando liarme para hacer alguna maldad en su nombre y así salir
indemne del castigo, le recuerdo haciendo pelotas con los calcetines que
terminaban rompiendo la lámpara de turno. Veo a mi padre, a mi querido padre
regresando el sábado del trabajo, a la hora de comer con un helado de barra, de
esos de al corte, con sus galletitas, para el postre o cuando le acompañaba al
economato y me compraba una tira de chocolatinas en forma de coches. Aquello
era una fiesta ya que lujos y caprichos, en esos tiempos; los justos.
Aún pongo cara
a los chicos del cole y el barrio, siento en la piel el calor del verano, en el
barrio con todos los chavales del baby
boom, éramos legión, jugando en la calle hasta las tantas a cosas puede que
ahora inconfesables pues estarían prohibidas. El tiempo si ha pasado, para
bien, en algunas cosas. Mis vacaciones en Calpe, tan aburridas a ratos para un
niño de la época, asumiendo el rol secundario en la familia, no como ahora que
nuestros niños son los reyes y todo lo enfocamos a su disfrute, nosotros éramos
actores secundarios en la fiesta de nuestros padres. En esos periodos, desarrollé
la imaginación que ahora me ayuda tanto, en la playa podía pasar horas sin
salir del agua. Soñaba que era el
capitán de un barco pirata con mi pequeña barca hinchable y abordaba a cuanto
flotador pasaba cerca de mi navío, otras veces era un cazador de tiburones
asesinos y hasta el protagonista de Miami
Vice. Ahora soy capaz de escribir una novela desde la cama, en las noches
de insomnio, cada noche un capítulo más de mi nueva historia.
Es cierto que
siempre he sido muy disperso, me ha costado mucho encontrar mi lugar en el
mundo, siempre pensé que estaba aquí para hacer grandes cosas y en cierta
manera me he sentido frustrado de no poder disfrutar de reconocimiento, riquezas
y éxito que siempre pensé tener. Tuve que escribir La Revolución Áurea para
entender en realidad qué es el éxito y elegir mi verdadero camino. Algo cambió
en mi y me di cuenta de que soy una persona exitosa.
Tengo la mejor
compañera que una persona puede desear, un ejemplo de vida, el pilar donde se
apoyan todas mis inseguridades, la persona que me complementa y me da el amor
que necesito, aunque a veces sea a cucharaditas, puede que eso también sea la
clave de su éxito, yo soy excesivo en todo, pero me canso enseguida de todo,
ella mantiene la cuerda tensa. Creo que está a punto da descubrir todo lo que
vale y eso será fantástico.
Mis hijos son
mi mejor obra, serán lo que ellos quieran, tienen la semilla del éxito en sus
venas, saben que la primera regla para caminar por la vida pasa por ser buenas
personas, empáticas, sensibles con el daño ajeno, pero a la vez asertivos, sin
perder la vista del camino para seguir avanzando, a pesar de las dificultades,
sin dejarse llevar por lo habitual, saben que tienen que salirse de la norma.
Aún tengo una
madre ejemplar que se ha sabido reinventar y ha podido disfrutar de una vida
plena después de la desgracia, me apena su soledad habitual, pero también he
aprendido a que no es solo mi responsabilidad, tiene otros dos hijos que no se
entregan tanto y deberían, aunque solo sea por decoro y para dar ejemplo a sus
hijos para el futuro. Un acto siempre es mejor que mil palabras. Ella sabe que
la adoro. Tuve un padre al que extraño cada día, que me inculcó el amor como
punto de partida y la necesidad de disfrutar de la vida sin rechazar nunca una
oportunidad de celebrar que estamos vivos.
Tengo la casa
que siempre quise tener, bueno… de momento la tengo compartida con el banco,
pero bueno, como todos. Amigos no tengo muchos, pero en realidad ¿quién los
tiene? Me refiero a lo de los malos momentos. De esos hay pocos o no he tenido
demasiada suerte, puede que sea culpa mía, me cuesta darlo todo y recibir a
veces tan poco… es decepcionante.
Mi trabajo no
es el mejor del mundo, pero no me importa madrugar cada mañana, me gusta lo que
hago, tengo que lo que siempre busqué en un trabajo: libertad para tomar mis propias
decisiones, un buen sueldo y unos compañeros que hacen el día a día bastante
agradable. Me ha costado mucho, solo mi chica sabe cuánto, un camino duro,
teniendo que demostrar cada año lo que valgo sobre el terreno y no sobre el
papel de una triste currícula como hacen muchos en este mundo de figurantes e
impostores.
Mañana cumplo
cincuenta y la verdad es que no me importa, al contrario, me encuentro bien,
soy feliz y tengo más proyectos de los que puedo asumir. ¿Qué más quiero? Lo
esencial, que mi familia siempre esté conmigo, son la sangre de mis venas.
Con todo mi
amor para Ana, Iván y Laura.
Gracias por
compartir conmigo esta maravillosa aventura que es la vida.